13 AÑOS DE CRÓNICAS EN ‘CATALIBANES’ 

1 de marzo de 2018

Viaje al campamento indepentontista

En pleno corazón de Barcelona, la plaza Cataluña, se ha establecido la secta con tiendas de campaña para seguir dando la tabarra. Cuento unas dos docenas. A 30 no llegan. La actividad en el poblado es escasa, apenas dos chicos enemistados con el champú doblando una bandera y a pocos habitantes más veo. Da la sensación de que la mayoría plantaron allí su tiendecita y se han pirado. «No son muchos, pero están —reconoce el semanario El Temps, propiedad del hipersubvencionado pancatalanista valenciano Eliseu Climent, cuyas publicaciones y entidades han venido siendo abundantemente regadas con fondos públicos por el Gobierno autonómico catalán, hasta sumar más de 17 millones de euros desde la década de 1990—. Y hacen visible, de manera permanente, el conflicto político que hay en Cataluña». Aunque lo cierto es que componen una imagen lastimosa.

Folios y un bolígrafo aguardan bajo una carpa presidida por un cartel que invita al visitante: «Escribe una carta a los presos políticos». No hay nadie. En una barandilla, unos reivindicativos lazos otrora amarillos negrean ya. Y la otra carpa cobija un tarro grande con monedas que un deambulante activista se ha empeñado en llenar pidiendo a los transeuntes donativos para los del 3%. «Hola, bon dia!». Le ignoro. «Hola, què tal?», insiste. Continúo sin hacerle caso; no hablo con nazis sacacuartos. Se aleja refunfuñando en busca de víctimas.

Pero lo más impactante sin duda me contempla desde el mismísimo centro de la plaza: con vallas de obra, con cuatro paneles de malla metálica anclados sobre soportes trasladables de hormigón, los separatistas han simulado una jaula en una de cuyas esquinas pone «Estremera» y en otra, «Soto del Real». Dentro hay siluetas de cartón a tamaño natural con las caras de los golpistas encarcelados. Una representa al ex vicepresidente de la Generalidad Oriol Junqueras. A Jordi Sànchez y Jordi Cuixart otras dos, ex dirigentes de la ANC y de Òmnium Cultural respectivamente, en prisión preventiva y sin fianza desde el 16 de octubre, acusados de convocar y de organizar a las masas que destrozaron cuatro coches de la Guardia Civil y retuvieron a los agentes durante casi 24 horas dentro del edificio de la Consejería de Economía de la Generalidad, donde efectuaban un registro por orden judicial en el transcurso de la Operación Anubis. Abundan las grabaciones que muestran a “los Jordis” subidos en el techo de uno de los vehículos policiales destruidos, riéndose y animando el cotarro con un megáfono.

La cuarta figura pretende evocar a Joaquim Forn, que era Consejero de Interior durante el alzamiento contra la legalidad y por tanto, superior de otro imputado por sedición: el entonces jefe de los Mozos de Escuadra, Josep Lluís Trapero. De Forn fue muy criticada su indecente distinción entre asesinados “catalanes” y “españoles” cuando, el 19 de agosto, comunicaba por TV3 el balance del atentado islamista perpetrado en Las Ramblas:
«Ha habido 13 muertos, de los cuales en estos momentos hemos identificado ya a siete personas: tenemos una mujer italiana, una mujer portuguesa, una mujer con doble nacionalidad española y argentina, dos personas catalanas y dos personas de nacionalidad española».
Cada monigote luce una camiseta negra con distinto lema: «Democracy», «Republic», «Freedom», «Justice». Así, en inglés. Para mejor timar a los turistas extranjeros. A ratos grotesco, a ratos siniestro, este cutre montaje provoca risa o desasosiego.

‘Yo también soy uno de ellos’, proclaman los dos letreros colgados al fondo. La alcaldesa Ada Colau, quien repetidamente ha prohibido
la instalación de una pantalla gigante para seguir los partidos de la Selección nacional de fútbol, permite en cambio este esperpento
en el punto principal, más transitado y turístico de la capital catalana (Fotografía: WhatsApp/El Temps)

Arte. Arte y metáfora: de un poste pende el colorido dibujo de un ruc català, el burro autóctono elegido como mascota por el movimiento nacionalista, lanzando por los aires el 155 de una coz. Un miembro de la tribu hace proselitismo con un foráneo ante un enorme cartel que se cae de mentiras escritas en la lengua de Shakespeare. Y un poco más allá, cuatro mujeres sentadas en silencio tejen bufandas amarillas con agujas de punto. Esto ya parece de locos.

Evento memorable a solo unos pasos. Varias señoras de avanzada edad posan orgullosas junto al megalazo amarillo de tropecientos metros que acaban de confeccionar y ahora han anudado alrededor de la chapucera trena portátil. De un rápido vistazo a sus pies compruebo que ninguna de ellas esté levitando. «Molt bonic! Molt bonic! (‘¡Muy bonito!’)», jalea una entusiasmada treintañera que está inmortalizándolo con la cámara de su teléfono móvil. Todas devuelven una agradecida sonrisa. «Yo me paso el día enviando tuits para que tenga resonancia internacional», les participa en catalán con acento cheli, para terminar de emocionarlas.

Mientras estos hacen el chorra bajo los rigores del frío invierno, publica la prensa que Carles Puigdemont se ha alquilado una mansión por 4.400 euros al mes para hacer más llevadera su fuga dorada en Bélgica (¿quién lo paga?). Está situada en una selecta zona residencial y suma 550 m² habitables, distribuidos en seis dormitorios, cuatro cuartos de baño, una ducha, sauna, lavandería, y un salón de 65 m² con chimenea de gas, entre otras dependencias; el garaje ofrece capacidad para cuatro o cinco coches, y la amplia terraza de cien metros cuadrados da a un jardín de mil. A la lujosa villa no le falta su sala de juegos, sala de fitness ni una siempre necesaria sala de billar.

Por otra parte, Salvador Sostres desvela en el ABC (19-02-2018) que la ex portavoz de la CUP, recientemente huida a Ginebra tras su imputación judicial, sería una revolucionaria de pega:
«Uno de los grupos de whatsapp más activos al que Anna Gabriel pertenece, lo comparte con Otegui [sic], Pernando Barrena y, curiosamente, un empresario catalán, sionista y muy de derechas, que ha cuidado siempre de Gabriel y hasta le pagó la carrera. De modo que también Gabriel tiene sus contradicciones, sus secretos inconfesables y la parte que trata de esconder para que sólo brille la parte que le interesa. […] Los que conocen el funcionamiento interno de los cuperos, y las circunstancias personales de Gabriel, entienden que “lleven lo de Venezuela discretamente, porque a nadie se le escapa que las campañas electorales, el día a día de la política y ahora los buenos abogados, cuestan mucho dinero”. Es verdad, mucho dinero: basta ver el patrimonio que el principal abogado de Anna Gabriel, Benet Salellas, hijo del también abogado Sebastià Salellas, confesó en su declaración de bienes como diputado del Parlament».
Y le encuentra semejanza con el Dioni de Gerona:
«Tras tantas exigencias, y tantas soflamas, la CUP y Puigdemont tienen en común que el precio de la dignidad que tanto se atribuyen, son otros quienes lo pagan desde la cárcel».
También desde el mismo periódico, pero en su edición del pasado día 21, José María Carrascal le dedica a la fugitiva el principio de su artículo acertadísimamente titulado «Como conejos»:
«El espectáculo de los líderes independentistas catalanes es para echarse a llorar o a reír, según lo mires. Sólo una chica de segunda fila de la CUP, Mireia Moyá, se ha atrevido a decir que iban de veras, que buscaban la independencia por encima del gobierno y de los tribunales o de quien se pusiera por delante. Pero los capitostes (¿hay que decir también capitostas?) han escapado como conejos ante la perdigonada de la Justicia, unos desdiciéndose de lo que dijeron e hicieron, otros, metiéndose en una madriguera. El ejemplo más elocuente es Anna Gabriel, tan farruca por los pasillos del Congreso, en los mítines o en las ruedas de prensa, que ha saltado de Venezuela a la capitalista Suiza».
Es esta una historia de listos y pánfilos que por fuerza acabará mal.

(Mis visitas al asentamiento se produjeron en la mañana y el anochecer del lunes 19 de febrero).