13 AÑOS DE CRÓNICAS EN ‘CATALIBANES’ 

29 de septiembre de 2010

Los señoritos de la guerra

Durante los años difíciles, un buen hombre a quien conocí muy bien alquiló unas tierras para cultivarlas. En ello estaba cuando el apero de labranza tropezó con algo. Le imprimió más fuerza y, del impulso, afloró el cadáver de un soldado que se hallaba semienterrado. Tras la sorpresa por tan horrendo descubrimiento, tiró de él para apartarlo a un lado y continuó la labor mientras pensaba qué destino darle. Unos metros más allá, el instrumento volvió a atascarse. Era otro combatiente muerto. Repitió la penosa operación y no pasó mucho tiempo hasta que apareció un tercero. Luego, el cuarto. Otros después. Al finalizar, los cuerpos apilados sumaban una veintena. Aquella finca, convertida hoy en un polígono industrial a seis kilómetros de Toledo, había sido escenario de una de las más terribles batallas de la Guerra Civil.

Ese suceso y otros mucho peores que se contaban sobre nuestra contienda, han recobrado vida en mi memoria a raíz de los acontecimientos de estos días. En una entrevista a medida que la prensa del régimen nacionalista le ha dedicado al consejero de la Generalidad, Josep Huguet (apodado por su grey como el Lenin del Bages), este republicano escupe su particular fórmula para la obtención de su ansiada independencia:
«Sin tanques, necesitamos ser persistentes».
«Sin tanques», dice. Sin tanques. No sé ni cómo se atreve siquiera a frivolizar con algo así. Cualquiera pensaría que casi que lamenta no tener un ejército a su disposición para conseguir el asunto por la vía rápida, aplastando calaveras. ¿Le gustaría que volviéramos a matarnos entre nosotros, como en el 36? ¿A qué viene entonces hablar de tanques? Por ahora desconocemos si en caso de conflicto armado Huguet se encaramaría a un blindado para derramar hasta la última gota de sangre por su amada Cataluña, o si, por el contrario, seguiría los pasos de su correligionario de ERC, Lluís Companys. Aquel mesiánico y agitador presidente de la Generalidad que con sus discursos incendiarios envió a muchos catalanes a la muerte, pero que luego cargó a la querida en el coche oficial bajo el amparo de la noche y huyó a esconderse en Francia, abandonando a los suyos frente al avance de las tropas franquistas comandadas por el general Yagüe.

En la manifestación del pasado 10 de julio en Barcelona, junto a consignas proterroristas a favor de la banda Terra Lliure, se coreó otra que también pone los pelos de punta:
«¡Guerra, guerra, guerra; guerra por la tierra!», invocaba un amplísimo sector.
¿Llamamientos a matar y morir por un palmo de suelo? Imagino que quienes más alto chillaban tal cafrería debían de ser esos mismos que a la hora de la verdad se asustan hasta de una polilla, los que para quemar una bandera, un símbolo monárquico o encadenarse en la puerta de la COPE, se encapuchan u ocultan tras una careta porque no se atreven si no. O sea, quienes nunca se han distinguido precisamente como valerosos y aguerridos.

Estamos en 2010 y resulta muy triste descubrir que desoímos totalmente las enseñanzas de la Historia, de nuestro pasado común. Seguimos cometiendo los mismos errores y no aprendemos que, en las guerras, casi nunca mueren quienes las provocaron.

17 de septiembre de 2010

Mefisto en La Moncloa

Alejo Vidal-Quadras —con quien en una ocasión tuve la fortuna de tratar y puedo decir que es un auténtico caballero— escribió en su blog hace cinco años sobre la, según sus palabras, «extraordinaria gravedad» de las maniobras del Presidente José Luis Rodríguez Zapatero para rescatar e impulsar el nuevo Estatuto de Cataluña cuando ya lo habían desechado en el Parlamento catalán, un texto repleto de puntos en clara colisión con nuestra Constitución, que consagraba a esta comunidad autonóma como una «nación étnica, basada en la identidad cultural y lingüística y en un pasado interpretado al servicio de un mito, excluyente, laminadora del pluralismo y ariete del desguace del proyecto común». Lo que se estaba tramitando con apariencia de reforma estatutaria, no era sino un fraudulento cambio de régimen saltándose los pasos de una «mutación constitucional» en la que todo el pueblo español tenía derecho a haber participado.

Achacaba aquel salto hacia el abismo a «una suma de indiferencias, cobardías, errores, oportunismos, mezquindades y bajezas», a las que casi nadie escapaba. Y advertía de que los nacionalismos habían abandonado toda ambigüedad y mostraban «sin embozo alguno su decidido propósito de despedazar la unidad constitucional y convertir España en un agregado de micronaciones ajenas u hostiles entre sí». Don Alejo definió al jefe del Gobierno como «un ignorante rencoroso e iluminado» y cómplice de este desmán; culpable, según el artículo 102 de la Carta Magna, del delito de «alta traición» (que es el título que eligió para su excelente exposición).

Un lustro después, ZP sigue siendo el mejor aliado que podrían haber soñado nunca los separatistas, su más leal y eficaz mamporrero. Este verano supimos por la prensa que el informe anual del Departamento de Estado de los Estados Unidos denunciaba la vulneración de los derechos humanos perpetrada en Cataluña y Baleares con la persecución a los castellanohablantes. Y ahí que nuevamente fue él en auxilio de sus amigos —que son a la vez los enemigos de España— a realizar sus habituales piruetas y acrobacias, tal y como relató el 12 de agosto el diputado Antonio Robles en «Un Robin Hood de pacotilla», desde el diario Libertad Digital:
«No pasa día ni desaprovecha decisión alguna para equivocarse. La última, su promesa de enviar “un completo informe” al Departamento de Estado de Estados Unidos sobre la “convivencia lingüística” en España para demostrar que funciona “razonablemente bien”. […] Nunca antes en democracia el presidente del Estado había renunciado tan descaradamente a su primera obligación, o sea, a hacer cumplir la ley y a amparar en cualquier lugar de su territorio a quienes sufren abuso. Ya que no ha obrado en consecuencia, se lo recuerda la Administración Obama a través de uno de los organismos sobre la práctica de los Derechos Humanos más prestigiosos del mundo».
El mismo que negó la crisis, se aprestaba ahora a utilizar idéntico método en tan lamentable asunto:
«Su primera obligación debería haber sido tomar nota, pedir disculpas y corregir los abusos en lugar de intentar ocultar las acusaciones con contrainformes. Borrar la realidad insoportable de la exclusión ya lo hacen muy bien los nacionalistas. Un ingente griterío de asociaciones subvencionadas por la Administración de la Generalitat ya vienen haciéndolo desde hace años. Cada vez con menos éxito, pues afortunadamente los organismos internacionales no dependen de las subvenciones catalanistas y tienen criterio propio».
Ahora, el huésped del Palacio de La Moncloa se encuentra afanosamente comprometido en burlar la sentencia del Tribunal Constitucional, rescatando por la vía de leyes orgánicas los artículos rechazados del dichoso Estatuto. Que ni el Mal descansa nunca, ni existió jamás sumisión más conmovedora que la suya.

Los secesionistas no desaprovechan esta oportunidad histórica y han tensado la cuerda de la convivencia entre los españoles hasta un límite peligrosísimo. Pero, no nos engañemos, la máxima culpa recae sobre aquél que se lo está permitiendo a cambio de apoyos parlamentarios transitorios para apurar su mandato, que ha descubierto en la confrontación guerracivilista y el desmembramiento de la nación un modo para sostenerse en el poder. Y quién sabe si también una manera de pagarle favores pretéritos a esa gente.

8 de septiembre de 2010

Zoraida Nebrera

Montserrat Nebrera es ese satélite que Josep Piqué dejó orbitando en el Partido Popular de Cataluña, incluso después de que él implosionara. Ahora que ha salido despedida de la Galaxia Gaviota, vaga como un meteorito. De buen ver, sí; pero meteorito al fin.

El viernes 27 de agosto presentó en Granollers su recién montada formación política, Alternativa de Govern. Se distinguirá de las demás opciones por ostentar en el logotipo una enorme letra “n”, desconocemos si por la inicial de su apellido, o por la de la cantidad de escaños que se prevé sacará si finalmente concurre a las próximas elecciones autonómicas: ninguno. Pero antes de eso, su postrera incursión la había realizado en el periodismo vérité enfundándose en un burka para luego plasmar su experiencia a modo de denuncia en el diario El Mundo, que es algo que queda muy progre y se está llevando mucho esta temporada.

Y así, cual mora de La venganza de Don Mendo, se paseó por las céntricas calles de Barcelona viviendo la diferencia.

Puestas a hacer experimentos sociológicos, mejor servicio a la comunidad hubiera hecho disfrazándose de comerciante multado con 1.200 euros —en estos terribles tiempos de crisis— por no rotular su negocio en la lengua que el sultán Montilla apenas alcanza a balbucear. O tratando de meterse en la piel, aunque hubiese sido únicamente durante 24 horas, de un padre desesperado que no encuentra en toda la región ni un colegio donde escolarizar a su hijo en español. Pero cada una se entretiene como quiere.

Cataluña está llena de burkas. Burkas ideológicos. Sólo hay que fijarse un poco para verlos.

(En la imagen, Montsita en plena performance: —Que me lo pongo, que me lo pongo, ¡uuuuuuuuy, qué cosa!).