13 AÑOS DE CRÓNICAS EN ‘CATALIBANES’ 

10 de septiembre de 2014

La abuelita narcotraficante

Hace mucho, mucho tiempo, un suceso conmocionó a la sociedad. Los medios de comunicación se hicieron eco de la penosa situación padecida por una compatriota nuestra de avanzada edad en un lejano país asiático y España entera pareció movilizarse en pos de su liberación. Una poderosa organización internacional dedicada al tráfico de drogas, había deslizado un comprometedor cargamento dentro de su equipaje de turista sin que se percatase. Los jueces, inclementes, no tuvieron en cuenta su versión ni la inofensiva apariencia de la septuagenaria y le impusieron una severa condena, que llevaba años pagando en condiciones infrahumanas.

Extranjera en aquel remoto lugar, sin conocimiento del idioma e incesantemente mordida de día y de noche por la abundante variedad de insectos que todo clima tropical produce, vivía hacinada en una angosta celda «entre ladronas y asesinas», según sus propias palabras. Dormía directamente sobre el duro pavimento, donde a menudo era atacada por ratas. Y las nulas condiciones higiénicas junto con una alimentación deficiente tenían corroído su cuerpo, mientras que la tristeza por la injusticia cometida se había apoderado de su alma.

A menudo atacada por ratas e incesantemente mordida por
la abundante variedad de insectos que todo clima tropical
produce, vivía hacinada en una angosta celda «entre
ladronas y asesinas», según contaba en su carta
Mas no acababa ahí su infierno particular. Debido a la miseria económica y moral de la nación que la retenía, sufría desde hacía varios meses una fractura ósea sin que de las autoridades carcelarias recibiera ni la asistencia médica más elemental. De modo que los dolores habían tornado inservible uno de sus brazos. Sintiendo próximo el final de su vida, la desesperada anciana destinó sus últimas fuerzas a escribir a su sobrina para pedirle ayuda.

Apenas esta recibió su carta, en Madrid, emprendió con ímpetu cuantas gestiones se le ocurrieron. Contactó con la embajada, con el cuerpo diplomático. Cursó peticiones al Ministerio del Exterior y al de Justicia, a las más altas instancias del Gobierno de España. Incluso mandó una misiva al Rey donde le solicitaba su influyente intercesión. Pero no fue hasta que acudió a los medios, en especial a la televisión, cuando su campaña adquirió un impulso definitivo. Participó como entrevistada en diversos programas de gran audiencia, leyendo conmovedores pasajes de la carta de su tía con detalles del terrible encierro que la aniquilaba. Transmitiendo a la audiencia que ella no albergaba ya ningún otro deseo que morir, al menos, cerca de su tierra. En el plató y desde sus casas, los espectadores vibraban de emoción. Seguían con efervescente intensidad la descripción de ese calvario hasta que en el tramo final de cada emisión estallaban en una auténtica explosión de emotividad, cuando la cámara mostraba antiguas fotografías de la ahora cautiva posando en el madrileño Parque del Retiro. No cabía duda, aquella señora mayor de aspecto bondadoso y venerable era la abuela que cualquiera hubiera deseado tener. Debíamos traerla de vuelta como fuera.

Y el milagro se produjo. Los esfuerzos dieron su fruto y el sentimiento de satisfacción se generalizó: lo habíamos conseguido entre todos. Pero casi al mismo tiempo en que se conocía la noticia de su inminente puesta en libertad, un equipo de televisión regresó de allí con una sorprendente verdad.

La repercusión alcanzada por el caso y su indiscutible interés humano, habían animado a una importante cadena privada a costear el caro envío de reporteros al lugar, que contra todo lo esperado descubrieron una realidad muy distinta. Fueron recibidos por una vivaracha mujer, que no mostraba heridas ni signo alguno de maltrato. Ni rastro existía tampoco de huesos rotos en su cuerpo, cuya obesidad delataba una continuada sobrealimentación. Apenas nada coincidía con lo contado. Tras seis años de encierro, su más grave problema de salud consistía en lucir una sonrisa mellada después de que a su dentadura postiza se le desprendiera un incisivo superior.

Disfrutaba de una especie de mini-apartamento, donde ni siquiera faltaba una rudimentaria cocina, que se había procurado a base de alquilar la celda contigua a la suya e interconectarlas. Otra reclusa, contratada como sirvienta, iba cada día para hacerle la cama y la colada, barrer, fregar, coser e incluso guisar platos a su gusto; para realizarle todas las tareas domésticas que fuesen menester. Sucedía que, al cambio con la débil moneda local, la pensión de jubilación que el Estado español nunca había dejado de enviarle mensualmente suponía allí una pequeña fortuna con la cual poder agenciarse importantes comodidades y privilegios dentro del recinto penitenciario.

Pero aún aguardaban más sorpresas.

Lejos de correr al encuentro de su amorosa pariente y de los medios que más habían hecho por ella para agradecerles el gesto, la recién excarcelada vendió la exclusiva de su historia a la revista Interviú a cambio de una sustanciosa cantidad antes de regresar. Cruzó la frontera española en secreto a bordo de un tren, acompañada por dos redactores del semanario sensacionalista. Y se mantuvo oculta en algún lugar indeterminado hasta la fecha de publicación del reportaje, buscando proteger la primicia por la que tanto dinero le habían pagado. Una vez que comprendió la manipulación y el engaño de los cuales había sido objeto, la sobrina, la más cándida en este lamentable asunto, despotricó y le lanzó los peores improperios públicamente a través de los micrófonos. Para entonces, la anciana por fin se había dejado ver y terminó acudiendo como invitada a un par de programas televisivos. Pero la actitud chulesca y desafiante que mostró en las entrevistas, unida a lo incoherente de sus explicaciones, inspiró en la gente serias dudas sobre su inocencia en la comisión del delito que la condujo a prisión.

Esta historia, 100% verídica, nada tiene que ver con el tema de este blog: el totalitarismo separatista. La he relatado, simplemente, porque me apetecía. Aunque... bien mirado... sí tiene relación, sí. Nos enseña cuán provechoso resulta en ocasiones mentir y hacerse la víctima.

Mañana —¡ya sabía yo que me ha venido a la memoria precisamente ahora por alguna razón!— presenciaremos la gran ceremonia del victimismo y de la manipulación: la Diada, o lagrimeante conmemoración de la invasión castellana de Cataluña que jamás sucedió. Y no será una convocatoria cualquiera, porque este año coincidirá con el tercer centenario de la supuesta colonización a manos de Espanya, la falacia épica de lo del 1714. Y servirá además de preámbulo del referéndum ilegal anunciado para el próximo 9 de noviembre. Habrá lloriqueos y embustes como para parar un camión. No faltarán la agitación ni la mendacidad. Propagandistas generosamente regados por la Generalidad con nuestro dinero contarán una vez más el pasado como no fue, la narración de decisivos episodios bélicos será tergiversada y una turba de exaltados desfilarán vestidos con innumerables agravios inventados. Volveremos a vivir lo mismo de siempre pero este año, en cantidades industriales.

Y al igual que en la historia de la viejecita, también habrá tontos útiles y sinvergüenzas que se aprovecharán.