28 de julio de 2018: la Asamblea Nacional Catalana organiza en Palafrugell un homenaje a Jordi Sànchez y a quienes la neolengua acuñada por el nacionalismo califica de «presos políticos», «encarcelados por sus ideas» y «represaliados». El que fuera presidente de esa asociación secesionista permanece en prisión preventiva acusado de un presunto delito de sedición por su actuación en las fechas del golpe de Estado. Su antecesora en el cargo, Carme Forcadell, también está en prisión, imputada por delitos de prevaricación y desobediencia a una sentencia del Tribunal Constitucional. El «concierto cena amarillo», así lo anuncian los carteles, dará comienzo a las seis de la tarde y se prolongará hasta la madrugada. Viendo cómo están algunas cabezas, resulta irónico que el lugar escogido sea precisamente delante del Museo del Corcho, en la Plaza Can Mario de esa turísitica localidad gerundense.
Una veintena de artistas comprometidos con la causa evolucionan sobre el amplio escenario instalado para la ocasión. Algunos, como Marina Rossell, Lluís Llach, La Companyía Elèctrica Dharma o la mallorquina Maria del Mar Bonet, llevan lustros semiolvidados y en declive. Otros son músicos locales o apenas conocidos por su portera, a quienes no vendrá nada mal este espaldarazo mediático. El público saborea cada acorde mientras deglute el menú que “con fines solidarios” les han endilgado por el módico precio de 10 eurazos, y consistente en: bocadillo de butifarra, una bebida y un helado que ¡cómo no!, es de color amarillo.
Consignas y eslóganes entre canciones. Grititos pidiendo libertad. Sensiblería junto con encendidas arengas de activistas y políticos para mantener alta la moral. Y constantes apelaciones al terruño.
Pero el plato fuerte llega cuando un Carles Puigedmont exultante por lo que él considera una «victoria judicial» tras la decisión del tribunal de Schleswig-Holstein de extraditarle a España sólo por malversación, se aparece a todos los presentes a través de una pantalla gigante. Y comienza a despotricar:
«Y esta vergüenza, amigas y amigos, no hay ministro de Exteriores ni embajador español que la pueda tapar. […] Cuando Jordi [Sànchez] salga de la prisión, sus ilusos encarceladores se darán cuenta de su inmenso error. […] Hemos continuado la lucha».
O sea, que soltó lo mismo de siempre, pero a tan altas horas y desde su hogar en Bélgica. Y ahí es donde los ya de por sí siempre predispuestos asistentes, más sensibilizados si cabe tras una velada entera de maceración ideológica y victimismo ambiental, meciéndose entre un oleaje de luces provocado por ellos mismos con las pantallas de sus teléfonos móviles, se funden en una sola voz para entonarle al jefe de Quim Torra:
|
Puchi que se emociona. Que parece a punto de desmoronarse e incluso de romper a llorar pese a su feroz aspecto de guerrero ario: la tecnología de Skype le está permitiendo contemplar la escena en riguroso directo.
El tema se titula Tot el poble cantarà (‘Todo el pueblo cantará’) y circula desde el pasado noviembre. Es una variación del À la volonté du people, del musical Los miserables, adaptada a la épica separatista por unos militantes de la ANC de Tarrasa y que un sector del movimiento pretende implantar como himno (compárese con la versión original en francés, compuesta por Claude-Michel Schönberg y Alain Boublil, sobre la novela homónima de Victor Hugo).
En resumen: reunión de incautos con comportamiento de secta, venerando al tío que les dejó tirados para fugarse al extranjero. Bienvenidos a la Cataluña surrealista.