13 AÑOS DE CRÓNICAS EN ‘CATALIBANES’ 

10 de marzo de 2014

Arthur More

Que a la Generalidad la «internacionalización del conflicto» (expresión copiada del lenguaje de ETA) no le está saliendo como esperaba es algo estruendosamente notorio, por mucho que se esfuercen en disfrazarlo. La mayoría de los líderes europeos han ignorado la misiva enviada el pasado diciembre donde, en un inglés de menú de chiringuito de playa para guiris, el mandamás de la taifa catalana les pedía colaboración en el golpe de Estado que planea dar. Angela Merkel y David Cameron evitaron pronunciarse, mientras que François Hollande se desentendió a través de un portavoz de la embajada francesa en Madrid (no obstante, el fin último de la carta en realidad no era otro que el de incomodar a Rajoy ante sus homólogos para forzarle a negociar).

Apenas uno de los principales dirigentes, Durão Barroso, exhibió la cortesía de despacharle una respuesta. Y fue muy concisa, de tan solo tres párrafos, con los cuales el presidente de la Comisión Europea (CE) aludió al carácter interno del asunto y recordaba contundentemente a Mas las consecuencias que la legislación comunitaria prevé para los territorios secesionados de un Estado miembro de la UE.


Ante el rechazo de los mandatarios rusos, que
declinaron recibirle, Artur Mas se conformó
con fotografiarse a lo Doctor Zhivago en la
Plaza Roja de Moscú y regresó
Tremendo escozor ha provocado otro reciente —y poco divulgado— capítulo del patético periplo internacional: los escoceses, que ya habían rechazado jugar contra la selección catalana de fútbol el pasado 30 de diciembre (lugar que finalmente fue ocupado por una representación de Cabo Verde), se han negado también a disputar un partido en 2014. Buscaban los estelados presentar ese enfrentamiento deportivo como un festivo preludio de sus respectivos referéndums separatistas: el de Escocia, y el ilegalmente convocado aquí para el 9 de noviembre por CiU. Pero los paisanos de William Wallace han culminado su desprecio argumentando que dicho encuentro no aportaría nada al currículum de su selección porque Cataluña no es miembro de la FIFA ni de la UEFA.

Este 2 de marzo, el periódico portugués Público sacó un artículo muy gráficamente titulado «Mitos tóxicos del nacionalismo catalán», donde se demuestra lo bien que ya han calado a esta gente por ahí fuera.

La pieza periodística arranca con el evento recientemente organizado por la incipiente diplomacia catalana (Diplocat) en la Facultad de Derecho de la Universidad de Lisboa y que el autor, Jorge Almeida Fernandes, define como un nuevo acto de «propaganda» en «la batalla por la opinión pública». El Consejero de la Generalidad Francesc Homs, junto con Francesc Vendrell, ex miembro del cuerpo diplomático de la ONU y venturoso poseedor de la Cruz de Sant Jordi, se empeñaron en explicar a los lusos su proceso rupturista, así como los supuestos «derechos históricos» que les asisten.

Almeida Fernandes alerta sobre la utilización que de la fecha del 11 de septiembre, «día místico», realizará el Ejecutivo autonómico para plantear un pulso al Gobierno mediante una gran movilización en la Diada, dentro de «un clima de máxima exaltación nacional». Y subraya «el intento de “reinvención de la historia” por el nacionalismo catalán»:
«Hay dos cuestiones fundamentales. La primera es una alucinación: la idea de que Cataluña fue un Estado soberano durante 700 años. Para ello borra la existencia del Reino de Aragón, del cual Cataluña formaba parte. La Corona de Aragón se transmuta en “Corona Catalano-aragonesa”».
Y prosigue:
«La segunda es la tesis de los “300 años de expolio” de España a Cataluña desde 1714, expolio que todavía hoy continúa. Lo que los nacionalistas no explican es por qué, en estos 300 años, Cataluña se ha convertido en la región más rica y dinámica de España».
Entre las múltiples iniciativas separatistas planteadas —que van desde una marcha por 52 municipios que fueron escenario de la Guerra de Sucesión, hasta el lanzamiento de un videojuego infantil—, el artículo menciona el simposio España contra Cataluña, celebrado por la Generalidad en noviembre:
«Decenas de historiadores criticaron el simposio. Ricardo Garcia Cárcel, de la Universidad Autónoma de Barcelona y experto en los siglos XVII y XVIII, denunció el título —“históricamente indefendible, absurdo y poco científico”— y la manipulación nacionalista “impulsada por pseudohistoriadores que montan un discurso al servicio de una causa”.
»El británico John Elliott, historiador de Cataluña y del Imperio español, resume: “Es un disparate”. Y añadió: “Una sociedad necesita de sus mitos, pero esos mitos condicionan y entorpecen la auténtica investigación hasta el punto de que un pueblo se encierra en sí mismo y adopta una postura victimista, culpando a los demás de sus desgracias”».
Tras lo cual, trae a la memoria el lamentable episodio relatado por este en una entrevista:
«Los jóvenes catalanes aprenden una Historia falsa. Me chocó encontrar, en una universidad catalana, a un joven que incluso estudiaba Historia y creía que la Guerra Civil [1936-1939] había sido un conflicto entre España y Cataluña».
Por su parte, el sociólogo Enrique Gil Calvo, de la Universidad Complutense de Madrid, se pregunta cómo es posible que «el pueblo más culto, moderno e ilustrado de la Península Ibérica» haya experimentado una «irracional regresión» hacia «un nacionalismo étnico, victimista y antiespañol». Y califica las causas como «enigmas culturales perturbadores».

El lúcido analista del diario lisboeta concluye:
«La victimización produce nacionalismos infelices que inventan un enemigo para poder sobrevivir».

5 de marzo de 2014

Vengan de donde vengan

¿Quién a estas alturas no conoce a Santiago Espot, quién? El autor de los chillidos más furibundos proferidos en un plató, para un contertulio que osó cuestionar la mitificada figura del ex presidente Companys. Casi tres años y medio después, el explosivo fragmento de aquel debate televisivo («Calli! Calliiii!») sigue atrayendo con fuerza a los degustadores de extravagancias en Internet.

Si viviésemos en la época de fray Tomás de Torquemada, ejercería de entusiasta alguacil inquisitorial. Si en la Francia revolucionaria, sería el mismísimo Robespierre. Por su fanatismo y cerrilidad, Santiago Espot encarna como nadie la clase de individuos que dan nombre a este blog. Ante la nutrida audiencia del programa del Canal Català donde participaba, se jactó de haber cursado —tan solo en el año 2009 y a través de su organización, Catalunya Acció— la friolera de 3.000 denuncias lingüísticas contra comerciantes y empresarios. Sin importarle los estragos económicos que en sus víctimas estaba causando ya esta terrible crisis.

Por mis peores pecados —de esos que son rojos «como la grana», según se describe en Isaías 1:18—, jornadas atrás me impuse a mí mismo la penitente lectura de un nuevo artículo suyo, el titulado: Ganarse el voto (Guanyar-se el vot).


Artículo, publicado el 09-02-2014
Y deshonesto sería no admitir que me gustó. O negar las grandes dosis de razón que contenía.

Independientemente de la calaña del personaje y de sus obras —deplorables hasta donde conozco—, lo cierto es que ese en concreto, era un buen artículo. He procedido a traducirlo del catalán. Es una lástima no encontrar reflexiones así más a menudo, vengan de donde vengan:
«Hace unos días estaba en Basilea por motivos laborales y tuve ocasión de hablar de política con un compañero suizo de profesión. Además de constatar que estaba bien informado sobre el clima independentista que vivimos en Cataluña, también sirvió la conversación para hacerme ver, una vez más, que todavía estamos en pañales en cuestiones democráticas.
»Digo esto porque una de las primeras cosas que me contó respecto a su país es que allí, el voto, cuesta mucho de ganar para cualquier candidato. Su afirmación provenía del hecho de que los ciudadanos tenían el firme y verídico convencimiento de que eran los propietarios del país, y los políticos sus trabajadores. Quizás a algunos catalanes puede parecerles un planteamiento simplista y un poco arrogante. Lo normal después de vivir tantas décadas bajo regímenes totalitarios o pseudodemocráticos tutelados por borbones degenerados, corruptos y necios. Aquí, por los gobernantes, o bien tenemos una especie de reverencia provinciana o bien hay quien mira como puede aprovecharlos en beneficio propio. En ningún momento los consideramos como nuestros servidores y garantes de unas libertades. Fijémonos si no en lo poco habitual que es entre nosotros dirigirnos solos a un político en plena calle y pedirle explicaciones sobre aquello que nos preocupa o estamos en desacuerdo. Generalmente lo hacemos en el marco de una manifestación o concentración con decenas, cientos o miles de conciudadanos. Claro, entonces se convierte en un problema de orden público y la policía impide cualquier discusión porque significamos una amenaza, según ellos.
»Si en Suiza cuesta ganarse el voto es porque el ciudadano sabe que su papeleta tiene la capacidad de regenerar o cambiar las cosas. Se lo garantiza y lo promociona el mismo sistema de democracia directa y participativa del que se han dotado. Por esta razón el político debe ganarse la confianza del ciudadano cada día y en todo momento. Nadie puede camuflar su mediocridad e inoperancia detrás de unas listas cerradas o las estructuras monolíticas de partido.
»En Cataluña, excepto el líder, prácticamente nadie más debe dar explicaciones de nada. Todo es opacidad y que las cosas pasen cuanto más desapercibidas mejor. Así, por ejemplo, los ciudadanos de una capital de primer orden como es Barcelona no conocen, más allá del alcalde, quién conforma el gobierno municipal. Son llamados a las urnas para elegir una papeleta con una relación de personas de las cuales no saben ni en qué barrio viven. La distancia entre elector y elegido es tan grande que anula cualquier posibilidad de que el ciudadano se sienta auténticamente representado.
»De todo ello no podemos echarle la culpa a España. A pesar de los escasos y mejorables mecanismos de representación política que tenemos, lo cierto es que ni se ha querido elaborar una ley electoral propia que supere la deplorable actual que tenemos ni se ha querido acabar tampoco con los tics caciquiles que a menudo caracterizan muchas de las actitudes de parte de los partidos actuales. Aquí el voto, salvo a los cabezas de lista (y ni a ellos en algunos casos), sale gratis. El único esfuerzo que debe hacer el elegido es de puertas adentro del partido. Situarse bien, conspirar contra los rivales internos y ser buen chico con quien confecciona la lista son los únicos méritos necesarios para ser elegido. La perversidad y la nula excelencia del sistema han hecho que se haya promocionado a auténticas calamidades. Así nos va...».