Ahora resulta que José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, incapaces durante todo este tiempo de haber aunado esfuerzos para atajar problemas muchísimo más graves, se han puesto de acuerdo en un periquete y van a limitar el gasto de las Administraciones Públicas mediante una reforma constitucional. Hala.

En España, la Constitución no es más que papel mojado. Mojado en la gasolina con que los separatistas le prenden fuego al final de sus manifestaciones.
Y hablando de gasolina —que fue el arma utilizada en el atentado de Hipercor, en 1987—, las noticias recientes parecen indicar que la ETA montará en breve uno de sus sonados engaños. El mayor, seguramente. Presagio el siguiente y muy posible escenario: a pocos días de las elecciones generales del 20 de noviembre, la organización terrorista finge el abandono definitivo de la “lucha armada” —que es como cínicamente le llaman ellos a asesinar, mutilar, secuestrar y extorsionar; el ex líder de Esquerra Republicana de Catalunya fallecido el sábado, Heribert Barrera, llegó a declarar en una entrevista que le más respeto le merecía un etarra que un delincuente común porque «equivocado o no, el de ETA mata por ideales»— para que el PSOE se apunte el tanto del éxito, rebañe varios cientos de miles de votos en el último instante y el PP no gane por mayoría absoluta. Así, para llegar a La Moncloa el compostelano necesitaría pactar con los partidos secesionistas. Los cuales proseguirían con su chantaje sistemático y su labor de desguace de la nación.
En otras palabras, que al igual que en marzo de 2004, el terrorismo volvería a decidir el Gobierno de España. Cómo deseo equivocarme.