La conocí cuando ambos cursábamos Primero. Sus intensos ojos verdes y la belleza de sus facciones estaban cautivadoramente enmarcados por las ondas de sus rubios cabellos. Noble, divertida, jovial, repleta de energía... A su paso desbordaba alegría y vitalidad. Y nunca nadie pudo decir que alguna vez la encontró cansada de tanto regalarnos sonrisas a los demás.
La recuerdo como un ser excepcional. Excepcional. Era de esa clase de mujeres que muchos desean y todas envidian. Y entre ella y yo pronto surgió una honda amistad.
Aunque posteriormente elegimos muy diferentes caminos, nos resistimos a perder el contacto. Y por más vueltas que diesen nuestras existencias, por más tiempo que hubiese transcurrido desde la última vez, y sin importarnos si azotaba el invierno o si ya había hecho acto de presencia el sofocante calor estival, siempre sabíamos cómo encontrar una mañana o una noche donde compartir confidencias, risas, cerveza, Coca-Cola y Marlboro. Junto con mucho, mucho y sincero aprecio y una gran complicidad.
Pero debido a esas cosas que después uno no sabe explicar por qué sucedieron, y aunque conservábamos intacta la mutua admiración, nuestros encuentros fueron haciéndose cada vez más infrecuentes. Hasta que dejaron de producirse: sin apenas percatarnos, el destino había cavado un profundo abismo entre los dos.
Los meses se transformaron en años y estos a su vez, en más de una década. A lomos de la cual llegó una nueva era totalmente distinta. Alentado por la creciente gama de posibilidades que brindan las modernas tecnologías, ayer se me ocurrió intentar localizarla a través de Internet. Quizás no fuese imposible dar con su paradero, tal vez incluso figurase en alguna red social. Mejor aun: ¿por qué no imaginar que su número de teléfono y su dirección actuales bien pudieran estar a un click de ratón en alguno de los múltiples directorios online disponibles? Cualquier información sobre ella sería bienvenida y constituiría un óptimo punto de partida para propiciar un entrañable reencuentro. Así que con esa ilusión me lancé a buscarla, tecleando el nombre y sus dos apellidos en mi ordenador personal. Lo que Google me devolvió fue su esquela mortuoria publicada en un periódico local.
Había fallecido a la edad de 42 años hacía cinco. Casi me caigo por la impresión.
Como el texto, escueto, ofrecía muy escasa información, albergo la esperanza de encontrar a algún pariente que me explique las circunstancias de su prematuro final.
Para proporcionarnos bienestar emocional, la mente crea en nosotros una falsa sensación de estabilidad de nuestro entorno. Vivimos convencidos de que todo cuanto nos rodea (las personas, los bienes y la situación de que ahora disfrutamos; nuestro pequeño o gran mundo, en definitiva) continuará ahí mañana, exactamente igual. Y también pasado mañana. A pesar de que la experiencia nos advierte de lo contrario.
No es buena idea posponer las palabras amables, jamás conviene dejar para luego la expresión de nuestros afectos, ningún abrazo debe quedarse por dar. Porque lo único seguro que hay en esta vida... es el cambio.
Conmovedora entrada, amigo. Te expreso mis condolencias por tan lamentable pérdida. Una vez más comprobamos que sólo los mejores se marchan pronto. Yo soy de los que piensan que la muerte no es el final, como dice aquel himno tan conmovedor. Que descanse en paz y que te acompañe (estoy seguro) desde donde ahora esté. Un abrazo.
ResponderEliminarMe gustan tus articulos y estoy de acuerdo en casi todos... lo unico que no me gusta es el titulo del blog porque nos metes a todos los catalanes en el mismo saco.-.
ResponderEliminarCatalanes somos todos.. nazipendistas solo son ellos.
Lo siento, Josep Lluís. Un abrazo y ánimo.
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