13 AÑOS DE CRÓNICAS EN ‘CATALIBANES’ 

13 de julio de 2010

¡Paul Presidente!

Nadie había pedido un cambio estatutario. La población catalana se dedicaba a trabajar y ver crecer a sus hijos, como las demás. Había insatisfechos, sí, los separatistas; pero ésos nacieron así. Y, además, lo que querían era la independencia, sin medias tintas. Quien agitó el avispero y destapó irresponsablemente la caja de los truenos —en comandita con Pasqual Maragall— fue el entonces candidato a la presidencia del Gobierno, Rodríguez Zapatero, impulsando algo no reclamado por la ciudadanía: «Apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento de Cataluña», prometió durante un mitin en la Barcelona del 13 de noviembre de 2003, sospecho que con motivos más inconfesables que sólo arañar unos votos. Lo que vino después es ya Historia: la radicalización del envalentonado secesionismo, los agravios entre regiones, el enfrentamiento entre españoles, la llamada de Carod-Rovira a boicotear Madrid 2012, el boicot al cava... La preguerra.

La manifestación nacionalista de este sábado fue un autentico homenaje a la mendacidad:

—Han asistidooooo... un millón cien mil personas —proclamó uno de los organizadores.

—Quita, quita; pocos millones son ésos —le corrigió otro—, ¡millón y medio mejor, con un par!

Pero ni el haber llegado a creerse su propia mentira les hace felices, porque la prensa internacional de lo que ha hablado profusamente ha sido de la victoria española en el Mundial, y no de su show identitario. Y, para colmo, miles y miles de catalanes han tenido la “insolencia” de abarrotar las plazas para ver nuestro triunfo futbolístico en pantallas gigantes, y celebrarlo después con una multicolor marea de rojigualdas. Que ya sabemos que para un separatista son como para Drácula la cruz.

El pasado 9 de julio, Ramón de España escribió al respecto lo siguiente en su inteligente artículo «La Catalunya real sale del armario», en El Periódico:
«Las muestras de júbilo popular ante los triunfos de la selección española en el Mundial de fútbol de Suráfrica tienen muy preocupados a nuestros nacionalistas, siempre dispuestos a sentirse, como los personajes de la novela homónima de Fiodor Dostoievski, humillados y ofendidos. En su opinión, los pérfidos españolistas están saliendo del armario (¿donde ellos han intentado mantenerlos encerrados desde hace más de 30 años?) y hasta se atreven a colgar banderas en los balcones […] ¿Hasta dónde vamos a llegar?, se preguntan nuestros patriotas mientras llevan a cabo acciones tan demenciales como embutirse en una camiseta de la selección alemana y concentrarse en una sede de ERC para dar rienda suelta a su odio al vecino».
Y prosigue en su lúcido diagnóstico:
«Si hubiera manera de razonar con ellos, les diría que las celebraciones catalanas de los triunfos de la selección española son absolutamente lógicas en una comunidad en la que, según las encuestas que se han publicado, más de la mitad de sus habitantes nos sentimos tan catalanes como españoles, sin que ello nos cause la menor esquizofrenia; una comunidad en la que, pese al ruido que hacen y la tabarra que dan, los independentistas no llegan al 20% de la población».
Concluye señalando con precisión los responsables:
«Desde que Jordi Pujol, ese caudillo providencial, decidió que había que potenciar todo lo que nos separaba del resto de los españoles e ignorar convenientemente lo que nos unía, los nacionalistas han ido trabajando con ahínco –y sin encontrar prácticamente resistencia en nuestras fuerzas de supuesta izquierda– en la fabricación de una Catalunya falsa que ha acabado por imponerse a la real. […] han construido un país en el que todo el mundo es independentista, un país más falso que un billete de tres euros, pero que a los nacionalistas les gusta más que el de verdad, pues este no deja de decepcionarles: la gente se queda en casa en vez de acudir a los chuscos referendos independentistas, celebra los triunfos de la selección española y detesta cada vez más a los políticos locales, esos personajes que para cada solución tienen la habilidad de encontrar un problema».
Mortificados como estamos por politicuchos renegados, el pulpo Paul, ese simpatiquísimo octópodo de Oberhausen, sí ha creído en España. Su palmarés de aciertos es impresionante, ha predicho partido tras partido todos los triunfos de nuestros campeones. Nunca nos ha fallado. Por lo que parece obvia la conclusión: deberíamos poner a ese entrañable habitante de acuario en el cargo de quien habita La Moncloa. Aseguro que lo desempeñaría muchísimo mejor.

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