13 AÑOS DE CRÓNICAS EN ‘CATALIBANES’ 

6 de julio de 2010

Premeditada indignación

Si algo caracteriza a los separatistas es el cinismo. Un cinismo proverbial, descarado, sin medida. Están instalados en la mentira, que es el líquido amniótico donde evolucionan hacia formas asombrosas de desvergüenza. Y lo mismo falsean la historia, que tergiversan la actualidad en obsceno ejercicio de lo que han bautizado eufemísticamente como patriotisme català.

En el referéndum celebrado el 18 de junio de 2006, votaron en contra del nuevo Estatuto de Autonomía siguiendo las consignas de la oficina parlamentaria del secesionismo, Esquerra Republicana. Consideraban eso del “estatutet” una engañifa colonialista amasada desde Madrid que de ningún modo les interesaba. Porque a ellos lo que les va es lo hard, lo duro. Quieren directamente una Constitución Catalana subsiguiente a la proclamación de su tan ansiada independencia.

Por ello sorprende la última desfachatez que han protagonizado: el pasado martes 29 de junio, escasas horas después de conocerse que el Tribunal Constitucional les iba a recortar un poquitín su repudiado texto estatutario, varios centenares se echaron a la calle con banderas secesionistas (estelades) para protestar enérgicamente en la Plaza de San Jaime de Barcelona, sede del Palacio de la Generalidad y del Ayuntamiento. Vivir para ver. Y es que acechan cualquier mínima circunstancia que poder aprovechar incendiariamente para la explotación del victimismo, para argüir otra vez:

—¿Veis?, España odia a Cataluña. No respeta nuestro autogobierno ni nuestra voluntad popular. Despertad. No nos dejan otra opción que marcharnos porque no cabemos dentro de su excluyente y fascista concepto de la democracia —ellos, precisamente ellos que votaron en contra.

La cita (en la imagen) tuvo más de Rave Party que de manifestación política, ya que los “indignadísimos” vociferantes escenificaron un multitudinario brindis por la independencia con cava de una entidad autodenominada como Red de Establecimientos con Conciencia Nacional, al nada barato precio de 5 euros cada vaso. Es decir, se aprovechó para hacer caja. Pues no debemos olvidar que, en el fondo, todo esto del nacionalismo no es más que un monumental negocio urdido por cuatro espabilados —y algún robahuevos— y sustentado sobre una masa de tontos útiles.

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