¿Quién a estas alturas no conoce a Santiago Espot, quién? El autor de los chillidos más furibundos proferidos en un plató, para un contertulio que osó cuestionar la mitificada figura del ex presidente Companys. Casi tres años y medio después, el explosivo fragmento de aquel debate televisivo («Calli! Calliiii!») sigue atrayendo con fuerza a los degustadores de extravagancias en Internet.
Si viviésemos en la época de fray Tomás de Torquemada, ejercería de entusiasta alguacil inquisitorial. Si en la Francia revolucionaria, sería el mismísimo Robespierre. Por su fanatismo y cerrilidad, Santiago Espot encarna como nadie la clase de individuos que dan nombre a este blog. Ante la nutrida audiencia del programa del Canal Català donde participaba, se jactó de haber cursado —tan solo en el año 2009 y a través de su organización, Catalunya Acció— la friolera de 3.000 denuncias lingüísticas contra comerciantes y empresarios. Sin importarle los estragos económicos que en sus víctimas estaba causando ya esta terrible crisis.
Por mis peores pecados —de esos que son rojos «como la grana», según se describe en Isaías 1:18—, jornadas atrás me impuse a mí mismo la penitente lectura de un nuevo artículo suyo, el titulado: Ganarse el voto (Guanyar-se el vot).
Y deshonesto sería no admitir que me gustó. O negar las grandes dosis de razón que contenía.
Independientemente de la calaña del personaje y de sus obras —deplorables hasta donde conozco—, lo cierto es que ese en concreto, era un buen artículo. He procedido a traducirlo del catalán. Es una lástima no encontrar reflexiones así más a menudo, vengan de donde vengan:
«Hace unos días estaba en Basilea por motivos laborales y tuve ocasión de hablar de política con un compañero suizo de profesión. Además de constatar que estaba bien informado sobre el clima independentista que vivimos en Cataluña, también sirvió la conversación para hacerme ver, una vez más, que todavía estamos en pañales en cuestiones democráticas.»Digo esto porque una de las primeras cosas que me contó respecto a su país es que allí, el voto, cuesta mucho de ganar para cualquier candidato. Su afirmación provenía del hecho de que los ciudadanos tenían el firme y verídico convencimiento de que eran los propietarios del país, y los políticos sus trabajadores. Quizás a algunos catalanes puede parecerles un planteamiento simplista y un poco arrogante. Lo normal después de vivir tantas décadas bajo regímenes totalitarios o pseudodemocráticos tutelados por borbones degenerados, corruptos y necios. Aquí, por los gobernantes, o bien tenemos una especie de reverencia provinciana o bien hay quien mira como puede aprovecharlos en beneficio propio. En ningún momento los consideramos como nuestros servidores y garantes de unas libertades. Fijémonos si no en lo poco habitual que es entre nosotros dirigirnos solos a un político en plena calle y pedirle explicaciones sobre aquello que nos preocupa o estamos en desacuerdo. Generalmente lo hacemos en el marco de una manifestación o concentración con decenas, cientos o miles de conciudadanos. Claro, entonces se convierte en un problema de orden público y la policía impide cualquier discusión porque significamos una amenaza, según ellos.»Si en Suiza cuesta ganarse el voto es porque el ciudadano sabe que su papeleta tiene la capacidad de regenerar o cambiar las cosas. Se lo garantiza y lo promociona el mismo sistema de democracia directa y participativa del que se han dotado. Por esta razón el político debe ganarse la confianza del ciudadano cada día y en todo momento. Nadie puede camuflar su mediocridad e inoperancia detrás de unas listas cerradas o las estructuras monolíticas de partido.»En Cataluña, excepto el líder, prácticamente nadie más debe dar explicaciones de nada. Todo es opacidad y que las cosas pasen cuanto más desapercibidas mejor. Así, por ejemplo, los ciudadanos de una capital de primer orden como es Barcelona no conocen, más allá del alcalde, quién conforma el gobierno municipal. Son llamados a las urnas para elegir una papeleta con una relación de personas de las cuales no saben ni en qué barrio viven. La distancia entre elector y elegido es tan grande que anula cualquier posibilidad de que el ciudadano se sienta auténticamente representado.»De todo ello no podemos echarle la culpa a España. A pesar de los escasos y mejorables mecanismos de representación política que tenemos, lo cierto es que ni se ha querido elaborar una ley electoral propia que supere la deplorable actual que tenemos ni se ha querido acabar tampoco con los tics caciquiles que a menudo caracterizan muchas de las actitudes de parte de los partidos actuales. Aquí el voto, salvo a los cabezas de lista (y ni a ellos en algunos casos), sale gratis. El único esfuerzo que debe hacer el elegido es de puertas adentro del partido. Situarse bien, conspirar contra los rivales internos y ser buen chico con quien confecciona la lista son los únicos méritos necesarios para ser elegido. La perversidad y la nula excelencia del sistema han hecho que se haya promocionado a auténticas calamidades. Así nos va...».
Buen artículo, e interesante que entre todos los suyos en ND sea del que tiene menos visitas, tweets y similares. Ser tranquilo y autocrítico no da para ganarse el sueldo. Normal que el ambiente esté como esté.
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