Que a la Generalidad la «internacionalización del conflicto» (expresión copiada del lenguaje de ETA) no le está saliendo como esperaba es algo estruendosamente notorio, por mucho que se esfuercen en disfrazarlo. La mayoría de los líderes europeos han ignorado la misiva enviada el pasado diciembre donde, en un inglés de menú de chiringuito de playa para guiris, el mandamás de la taifa catalana les pedía colaboración en el golpe de Estado que planea dar. Angela Merkel y David Cameron evitaron pronunciarse, mientras que François Hollande se desentendió a través de un portavoz de la embajada francesa en Madrid (no obstante, el fin último de la carta en realidad no era otro que el de incomodar a Rajoy ante sus homólogos para forzarle a negociar).
Apenas uno de los principales dirigentes, Durão Barroso, exhibió la cortesía de despacharle una respuesta. Y fue muy concisa, de tan solo tres párrafos, con los cuales el presidente de la Comisión Europea (CE) aludió al carácter interno del asunto y recordaba contundentemente a Mas las consecuencias que la legislación comunitaria prevé para los territorios secesionados de un Estado miembro de la UE.
Ante el rechazo de los mandatarios rusos, que
declinaron recibirle, Artur Mas se conformó
con fotografiarse a lo Doctor Zhivago en la
Plaza Roja de Moscú y regresó
Este 2 de marzo, el periódico portugués Público sacó un artículo muy gráficamente titulado «Mitos tóxicos del nacionalismo catalán», donde se demuestra lo bien que ya han calado a esta gente por ahí fuera.
La pieza periodística arranca con el evento recientemente organizado por la incipiente diplomacia catalana (Diplocat) en la Facultad de Derecho de la Universidad de Lisboa y que el autor, Jorge Almeida Fernandes, define como un nuevo acto de «propaganda» en «la batalla por la opinión pública». El Consejero de la Generalidad Francesc Homs, junto con Francesc Vendrell, ex miembro del cuerpo diplomático de la ONU y venturoso poseedor de la Cruz de Sant Jordi, se empeñaron en explicar a los lusos su proceso rupturista, así como los supuestos «derechos históricos» que les asisten.
Almeida Fernandes alerta sobre la utilización que de la fecha del 11 de septiembre, «día místico», realizará el Ejecutivo autonómico para plantear un pulso al Gobierno mediante una gran movilización en la Diada, dentro de «un clima de máxima exaltación nacional». Y subraya «el intento de “reinvención de la historia” por el nacionalismo catalán»:
«Hay dos cuestiones fundamentales. La primera es una alucinación: la idea de que Cataluña fue un Estado soberano durante 700 años. Para ello borra la existencia del Reino de Aragón, del cual Cataluña formaba parte. La Corona de Aragón se transmuta en “Corona Catalano-aragonesa”».
Y prosigue:
«La segunda es la tesis de los “300 años de expolio” de España a Cataluña desde 1714, expolio que todavía hoy continúa. Lo que los nacionalistas no explican es por qué, en estos 300 años, Cataluña se ha convertido en la región más rica y dinámica de España».
Entre las múltiples iniciativas separatistas planteadas —que van desde una marcha por 52 municipios que fueron escenario de la Guerra de Sucesión, hasta el lanzamiento de un videojuego infantil—, el artículo menciona el simposio España contra Cataluña, celebrado por la Generalidad en noviembre:
«Decenas de historiadores criticaron el simposio. Ricardo Garcia Cárcel, de la Universidad Autónoma de Barcelona y experto en los siglos XVII y XVIII, denunció el título —“históricamente indefendible, absurdo y poco científico”— y la manipulación nacionalista “impulsada por pseudohistoriadores que montan un discurso al servicio de una causa”.»El británico John Elliott, historiador de Cataluña y del Imperio español, resume: “Es un disparate”. Y añadió: “Una sociedad necesita de sus mitos, pero esos mitos condicionan y entorpecen la auténtica investigación hasta el punto de que un pueblo se encierra en sí mismo y adopta una postura victimista, culpando a los demás de sus desgracias”».
Tras lo cual, trae a la memoria el lamentable episodio relatado por este en una entrevista:
«Los jóvenes catalanes aprenden una Historia falsa. Me chocó encontrar, en una universidad catalana, a un joven que incluso estudiaba Historia y creía que la Guerra Civil [1936-1939] había sido un conflicto entre España y Cataluña».
Por su parte, el sociólogo Enrique Gil Calvo, de la Universidad Complutense de Madrid, se pregunta cómo es posible que «el pueblo más culto, moderno e ilustrado de la Península Ibérica» haya experimentado una «irracional regresión» hacia «un nacionalismo étnico, victimista y antiespañol». Y califica las causas como «enigmas culturales perturbadores».
El lúcido analista del diario lisboeta concluye:
«La victimización produce nacionalismos infelices que inventan un enemigo para poder sobrevivir».
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