13 AÑOS DE CRÓNICAS EN ‘CATALIBANES’ 
Mostrando entradas con la etiqueta manipulación. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta manipulación. Mostrar todas las entradas

7 de octubre de 2015

Anatomía de la sinrazón

Desde luego «Psicopatología del nacionalismo», publicado el pasado 8 de septiembre en el diario Vozpópuli, no es un artículo al uso. Con una precisión que se diría casi quirúrgica, su autor, Juan Manuel Blanco, describe la sintomatología del fenómeno, identifica sus mecanismos de propagación y emite un diagnóstico tan certero como inquietante. Pero no se detiene ahí el columnista. Profesor de universidad y economista de profesión, amplía su ámbito de estudio al tejido necrótico circundante: quienes, desde las más altas instituciones del Estado, llevan décadas consintiendo el cronificado chantaje del movimiento separatista y eludiendo atajar su virulencia.

El texto constituye, en definitiva, un formidable análisis como pocos he leído. Y de ningún modo podía yo dejar de compartirlo íntegramente aquí con todos los seguidores del blog:
«Artur Mas continúa, no ceja en su proceso hacia la independencia acompañado de esa oligarquía de políticos, empresarios e “intelectuales” que vislumbran un horizonte con más poder, favores, mercados cautivos, prebendas e impunidad. Myores [sic] ventajas a costa de los crédulos. Más difícil resulta comprender los motivos que llevan a muchos ciudadanos corrientes a sucumbir ante esos cantos de sirena, a comulgar con ruedas de molino, a emprender la marcha, obnubilados por la melodía del nuevo flautista de Hamelín, a caminar por una senda peligrosa para la convivencia, la libertad y el pluralismo político. ¿Cómo puede explicarse este fenómeno?
»En The Psychology of Nationalism, Joshua Searle-White señala que la potenciación de la identidad y la autoconfianza, en un mundo de dudas e inseguridades interiores, es el mecanismo psicológico que alimenta el nacionalismo. Identificarse con una nación, inventada o imaginada, permite al individuo ganar autoestima, atribuirse las cualidades, nunca defectos, que el discurso nacionalista asigna a esa idealizada colectividad. Para ello es necesario crear un enemigo contra el que definirse, alguien a quien traspasar todos los males, vicios, defectos y, por supuesto, la culpa.
»No intenten discutir, aportar datos objetivos. Como conjunto de ideas fanáticas, cerradas en sí mismas, el nacionalismo se muestra refractario a argumentos razonados. Sus conceptos no van dirigidos al intelecto, a la parte racional de los individuos, sino a las vísceras, a los impulsos más básicos, a esa parte primitiva, impulsiva e irracional que todos llevamos dentro. Pertenece al grupo de doctrinas que recurren a retorcidas técnicas de propaganda, tergiversan la educación, la historia, manipulan las emociones de la masa fomentando odio, desprecio, transferencia de culpa hacia otros».

La noche, fanatismo y desfiles de antorchados: una siniestra combinación que nos devuelve a épocas muy oscuras de la historia;
imagen colgada en el sitio web de la sección local de la Assemblea Nacional Catalana (ANC) en Lloret de Mar, Gerona

«Una creencia mesiánica
»Como nueva religión laica, como creencia mesiánica, el nacionalismo hace creer a la gente que goza de cualidades excelsas, superiores, tan sólo por pertenecer al grupo. El paraíso se encuentra a la vuelta de la esquina, solo a falta de liberarse del yugo de los opresores. Profesar la nueva fe constituye un atajo, una vía muy cómoda, exenta de esfuerzo, para sentirse justo, cabal, repleto de razón. Para considerarse víctima, adquiriendo enorme superioridad moral y derecho a un trato de favor. No es necesario esforzarse, emprender el largo y costoso camino de la auténtica superación personal. Basta con convertirse, identificarse, ser, comulgar con la tribu, con sus jefes, para recibir instantáneamente los dones del Espíritu Santo.
»Lauren Langman, en The Social Psychology of Nationalism sostiene que “el nacionalismo presenta una visión torticera de las relaciones entre grupos, distorsiona las intenciones de los otros y promueve una elevada visión del ‘nosotros’ frente a un deshumanizado, psicopatológicamente peligroso ‘ellos’, con el fin último de lograr una adhesión total a sus líderes. Los dirigentes nacionalistas, a través del control de los medios, tratan de manipular al público presentando a los ‘otros’ como un peligro inminente para ‘el pueblo’, su bienestar, honor y dignidad. Cuando el nacionalismo cae en el ‘pensamiento de grupo’, se vuelve impermeable a la razón”.
»Muchos pensarán que, con tan burdos argumentos, el nacionalismo sólo podría manipular a patanes, necios e ignorantes. Pero no es así. También atrapa a muchas personas inteligentes y cultas porque no se trata de una mentira cualquiera sino de una fábula que contiene todo el delicado material con que se tejen las fantasías, los sueños, el miedo, la angustia, las dudas sobre la propia identidad. Ese cuento de hadas que todo niño desea escuchar. Un enfoque maniqueo, de buenos y malos, que arrincona la responsabilidad individual, diluyéndola en la dinámica de grupos.
»Los auténticos héroes
»El nacionalismo no se limita a alentar una identidad colectiva, a crear en el individuo una afinidad hacia sus cercanos, una identificación con la comunidad en la que vive. Si todo quedase ahí, sería hasta loable. El peligro surge cuando la identidad que promueve es excluyente, cuando no sirve para cohesionar la sociedad sino para dividirla en mitades irreconciliables. Es nocivo, extremadamente dañino, cuando difunde una distorsionada imagen del “otro”, inventa viejos agravios, fomenta la enemistad, el enfrentamiento. Cuando inocula en las gentes maldad, odio, menosprecio del vecino, conduciendo a la discriminación, a la xenofobia, a una quiebra de la convivencia. Una conducta que sería perseguida como grave delito en cualquier país menos acomplejado y pusilánime que el nuestro.
»Pero el Régimen de la Transición creó el caldo de cultivo perfecto para la difusión de estas creencias. El pacto entre oligarquías corruptas otorgó a los nacionalistas manga ancha para actuar a voluntad en sus territorios... siempre que guardaran las formas, la apariencia de legalidad. Mientras, la ideología nacionalista quedaría blindada contra la crítica por un terrible tabú, el único, de los muchos establecidos, que todavía permanece en pie. Y se beneficiaría de la extendida impunidad de los poderosos, la de quienes pertenecen a un importante grupo de presión. Con su llamada a la independencia, Artur Mas no ha vulnerado exactamente el fondo, pues en la práctica puede hacer lo que le viene en gana, con independencia de lo que señalen las leyes. Pero sí las formas, la apariencia, ese decorado de cartón piedra en que se basó el Régimen. Nuestros miopes y acomplejados gobernantes se apestarán [transcrito así del original; salvando el posible error tipográfico, del sentido de la frase se deduce que debería poner “se aprestarán”] a negociar para que las aguas regresen al acostumbrado cauce, para que la independencia se produzca de tapadillo, por la vía de los hechos, de facto pero no de iure.
»Mas y sus adláteres no pretenden sólo el poder: también la gloria. Pasar a la historia como héroes, titanes de un nuevo mito fundacional. Pero su comportamiento muestra poco heroísmo o valentía; más bien egoísmo, abuso, mezquindad y, sobre todo, falta de escrúpulos. Los verdaderos héroes, aquellos que merecen admiración, respeto y reconocimiento de todos los españoles son esos catalanes no nacionalistas que, abandonados a su suerte por los sucesivos gobiernos de España, han osado levantar la voz, resistido la manipulación, la interesada presión de oligarcas y caciques, preservando las ideas que inspiraron la Ilustración, hoy denostadas y pisoteadas. Han levantado la antorcha de la razón allí donde su ausencia produce auténticos monstruos».
Más recientemente, desde su columna en El Mundo, David Jiménez ha escrito unos párrafos memorables que muy bien podrían servirnos como colofón y con los que denuncia la gravedad del proceder de «quienes manipulan irresponsablemente los sentimientos nacionalistas», así como el de aquellos que por acción u omisión ―de su deber― han colaborado:
«¿Acaso desconocen que una vez plantas la semilla de un conflicto éste crece aunque después dejes de alimentarlo? ¿Que convertir enemigos imaginarios en reales es el primer paso para hacer aceptable lo que antes no lo era? ¿Que la historia está llena de ejemplos de sociedades civilizadas que se dejaron contagiar por el fanatismo y sus líderes iluminados?
»Lo sorprendente en el caso catalán no es tanto el fervor independentista ―todo el mundo tiene derecho a sentirse lo que le plazca―, sino que ese sentimiento haya sido despertado de manera tan eficaz por una casta política corrupta, inculta y egoísta a la que el futuro de Cataluña le importa bien poco, comparado con el suyo propio. Pero la responsabilidad del momento que vivimos no es sólo de quienes han utilizado la mentira y el dinero de todos para enfrentar a catalanes y españoles, poniendo los recursos públicos al servicio de la propagación de un mensaje que ha ido degenerando hacia la xenofobia, sino a los gobiernos que desde Madrid han respondido con desidia a ese desafío soberanista.
»No hablo de los últimos días o meses, porque este viaje no empezó con la llegada de Artur Mas, sino al día siguiente mismo de lograrse el pacto constitucional que dio a Cataluña competencias que serían la envidia de cualquier movimiento de secesión. Hemos llegado hasta aquí después de décadas en las que los nacionalistas han utilizado escuelas, instituciones y medios de comunicación para adoctrinar a la población, marginar metódicamente a quienes se atrevían a disentir y burlar a un Estado que ha sido incapaz de garantizar derechos tan básicos para una parte de sus ciudadanos como estudiar en castellano si así lo desean. […] Y, ¿qué han hecho los partidos nacionales mientras todo esto sucedía? Pactar con los promotores de esa agenda, cuando necesitaban sus votos. Legitimar su victimismo al asumir como natural la deslealtad permanente hacia España. Y ceder, una y otra vez, en la creencia de que llegaría el día en que el nacionalismo quedaría satisfecho. La ingenuidad no puede ser un atenuante en este caso: la historia, si alguien se hubiera molestado en leerla, debería haber bastado para despejar sus ilusiones».
Y critica el autor a continuación las reacciones que se están produciendo a última hora, cuando quizás ya no haya remedio:
«Así que es sólo ahora, ante el desafío final, cuando nos han entrado a todos las prisas, primas hermanas de la improvisación. Empresarios que durante años han permanecido callados ante el rodillo nacionalista hablan al fin de las consecuencias de la independencia, ciudadanos que vivían con pasividad el monopolio del discurso público crean organizaciones cívicas para expresarse con libertad y los partidos nacionales hacen el esfuerzo por articular, aunque sea tarde y mal, un discurso sobre la importancia de lo mucho que une a catalanes y españoles, frente a quienes quieren levantar una frontera de ignorancia entre nosotros. Esperemos que no sea demasiado tarde».
Con el expresivo título «En la frontera de la ignorancia», la pieza periodística de Jiménez apareció publicada el mismo día de las elecciones autonómicas: el domingo 27 de septiembre.

1 de septiembre de 2015

Déjà vu

Ante la intolerable oleada de difamaciones que pueblan Internet ―junto con otros espacios donde también florece el siempre deseable debate público como producto de la convergencia de diferentes corrientes de opinión―, y actuando en mi calidad de autor y administrador únicos del blog, me siento en la obligación moral de precisar lo siguiente: que NO existen similitudes entre el nacionalismo catalán y el nazismo alemán fundado por Adolf Hitler.


Ninguna, ni la más remota; por mucho que algunos se obstinen en buscarlas.


No son en absoluto comparables, ni en sus métodos ni en la escenificación de sus multitudinarias movilizaciones.


Tampoco en su iconografía.


Desconozco a quién puede habérsele ocurrido tan disparatadas ignominias.


Pero albergo el convencimiento de que tales acusaciones responden, sin duda, a un ánimo infamante contra esa nobilísima y democrática opción ideológica de la Cataluña de nuestros días.


Y creo que es así porque resulta imposible encontrar puntos en común entre ambos movimientos políticos.


¡Como si alguna vez hubiera podido alguien demostrar lo contrario, vamos!


Nuestra postura ética, la mía y la de todos, no debe ser otra que la de hacer prevalecer la verdad negando cualquier semejanza.


Combatir esas malintencionadas analogías sin descanso, con denuedo, vigorosamente... más aun, ¡febrilmente! En todo momento, circunstancia y lugar.


Desmentirlas, sea cual sea la clase de mentes calenturientas de las que provengan.


A mí se me hace muy difícil comprender cómo puede haber gente capaz de inventar maledicencias así, la verdad.


Sirva la presente aclaración como comunicado oficial de este sitio web y procúrese en adelante su máxima divulgación a iniciativa de los amables lectores que lo deseen.

En Cataluña, a primero de septiembre del año de Nuestro Señor de dos mil quince.

10 de septiembre de 2014

La abuelita narcotraficante

Hace mucho, mucho tiempo, un suceso conmocionó a la sociedad. Los medios de comunicación se hicieron eco de la penosa situación padecida por una compatriota nuestra de avanzada edad en un lejano país asiático y España entera pareció movilizarse en pos de su liberación. Una poderosa organización internacional dedicada al tráfico de drogas, había deslizado un comprometedor cargamento dentro de su equipaje de turista sin que se percatase. Los jueces, inclementes, no tuvieron en cuenta su versión ni la inofensiva apariencia de la septuagenaria y le impusieron una severa condena, que llevaba años pagando en condiciones infrahumanas.

Extranjera en aquel remoto lugar, sin conocimiento del idioma e incesantemente mordida de día y de noche por la abundante variedad de insectos que todo clima tropical produce, vivía hacinada en una angosta celda «entre ladronas y asesinas», según sus propias palabras. Dormía directamente sobre el duro pavimento, donde a menudo era atacada por ratas. Y las nulas condiciones higiénicas junto con una alimentación deficiente tenían corroído su cuerpo, mientras que la tristeza por la injusticia cometida se había apoderado de su alma.

A menudo atacada por ratas e incesantemente mordida por
la abundante variedad de insectos que todo clima tropical
produce, vivía hacinada en una angosta celda «entre
ladronas y asesinas», según contaba en su carta
Mas no acababa ahí su infierno particular. Debido a la miseria económica y moral de la nación que la retenía, sufría desde hacía varios meses una fractura ósea sin que de las autoridades carcelarias recibiera ni la asistencia médica más elemental. De modo que los dolores habían tornado inservible uno de sus brazos. Sintiendo próximo el final de su vida, la desesperada anciana destinó sus últimas fuerzas a escribir a su sobrina para pedirle ayuda.

Apenas esta recibió su carta, en Madrid, emprendió con ímpetu cuantas gestiones se le ocurrieron. Contactó con la embajada, con el cuerpo diplomático. Cursó peticiones al Ministerio del Exterior y al de Justicia, a las más altas instancias del Gobierno de España. Incluso mandó una misiva al Rey donde le solicitaba su influyente intercesión. Pero no fue hasta que acudió a los medios, en especial a la televisión, cuando su campaña adquirió un impulso definitivo. Participó como entrevistada en diversos programas de gran audiencia, leyendo conmovedores pasajes de la carta de su tía con detalles del terrible encierro que la aniquilaba. Transmitiendo a la audiencia que ella no albergaba ya ningún otro deseo que morir, al menos, cerca de su tierra. En el plató y desde sus casas, los espectadores vibraban de emoción. Seguían con efervescente intensidad la descripción de ese calvario hasta que en el tramo final de cada emisión estallaban en una auténtica explosión de emotividad, cuando la cámara mostraba antiguas fotografías de la ahora cautiva posando en el madrileño Parque del Retiro. No cabía duda, aquella señora mayor de aspecto bondadoso y venerable era la abuela que cualquiera hubiera deseado tener. Debíamos traerla de vuelta como fuera.

Y el milagro se produjo. Los esfuerzos dieron su fruto y el sentimiento de satisfacción se generalizó: lo habíamos conseguido entre todos. Pero casi al mismo tiempo en que se conocía la noticia de su inminente puesta en libertad, un equipo de televisión regresó de allí con una sorprendente verdad.

La repercusión alcanzada por el caso y su indiscutible interés humano, habían animado a una importante cadena privada a costear el caro envío de reporteros al lugar, que contra todo lo esperado descubrieron una realidad muy distinta. Fueron recibidos por una vivaracha mujer, que no mostraba heridas ni signo alguno de maltrato. Ni rastro existía tampoco de huesos rotos en su cuerpo, cuya obesidad delataba una continuada sobrealimentación. Apenas nada coincidía con lo contado. Tras seis años de encierro, su más grave problema de salud consistía en lucir una sonrisa mellada después de que a su dentadura postiza se le desprendiera un incisivo superior.

Disfrutaba de una especie de mini-apartamento, donde ni siquiera faltaba una rudimentaria cocina, que se había procurado a base de alquilar la celda contigua a la suya e interconectarlas. Otra reclusa, contratada como sirvienta, iba cada día para hacerle la cama y la colada, barrer, fregar, coser e incluso guisar platos a su gusto; para realizarle todas las tareas domésticas que fuesen menester. Sucedía que, al cambio con la débil moneda local, la pensión de jubilación que el Estado español nunca había dejado de enviarle mensualmente suponía allí una pequeña fortuna con la cual poder agenciarse importantes comodidades y privilegios dentro del recinto penitenciario.

Pero aún aguardaban más sorpresas.

Lejos de correr al encuentro de su amorosa pariente y de los medios que más habían hecho por ella para agradecerles el gesto, la recién excarcelada vendió la exclusiva de su historia a la revista Interviú a cambio de una sustanciosa cantidad antes de regresar. Cruzó la frontera española en secreto a bordo de un tren, acompañada por dos redactores del semanario sensacionalista. Y se mantuvo oculta en algún lugar indeterminado hasta la fecha de publicación del reportaje, buscando proteger la primicia por la que tanto dinero le habían pagado. Una vez que comprendió la manipulación y el engaño de los cuales había sido objeto, la sobrina, la más cándida en este lamentable asunto, despotricó y le lanzó los peores improperios públicamente a través de los micrófonos. Para entonces, la anciana por fin se había dejado ver y terminó acudiendo como invitada a un par de programas televisivos. Pero la actitud chulesca y desafiante que mostró en las entrevistas, unida a lo incoherente de sus explicaciones, inspiró en la gente serias dudas sobre su inocencia en la comisión del delito que la condujo a prisión.

Esta historia, 100% verídica, nada tiene que ver con el tema de este blog: el totalitarismo separatista. La he relatado, simplemente, porque me apetecía. Aunque... bien mirado... sí tiene relación, sí. Nos enseña cuán provechoso resulta en ocasiones mentir y hacerse la víctima.

Mañana —¡ya sabía yo que me ha venido a la memoria precisamente ahora por alguna razón!— presenciaremos la gran ceremonia del victimismo y de la manipulación: la Diada, o lagrimeante conmemoración de la invasión castellana de Cataluña que jamás sucedió. Y no será una convocatoria cualquiera, porque este año coincidirá con el tercer centenario de la supuesta colonización a manos de Espanya, la falacia épica de lo del 1714. Y servirá además de preámbulo del referéndum ilegal anunciado para el próximo 9 de noviembre. Habrá lloriqueos y embustes como para parar un camión. No faltarán la agitación ni la mendacidad. Propagandistas generosamente regados por la Generalidad con nuestro dinero contarán una vez más el pasado como no fue, la narración de decisivos episodios bélicos será tergiversada y una turba de exaltados desfilarán vestidos con innumerables agravios inventados. Volveremos a vivir lo mismo de siempre pero este año, en cantidades industriales.

Y al igual que en la historia de la viejecita, también habrá tontos útiles y sinvergüenzas que se aprovecharán.