13 AÑOS DE CRÓNICAS EN ‘CATALIBANES’ 
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21 de junio de 2010

Clamor popular

Permanecieron desiertas las playas; los parques, sin gente; cines y cafeterías hubieron de cerrar por ausencia de público; y en los bingos de 48 municipios catalanes, ayer domingo no se cantó otra cosa que un hondo lamento ante la inexistencia de clientes.

Al grito de “¡Libertad, libertad, por el fin de la colonización, libertad!”, una inmensísima, enorme, abrumadora, desmedida, masiva, excesiva, desbordada, descomunal, inabarcable y nunca antes vista muchedumbre se lanzó literalmente contra las urnas para votar a favor de la secesión de Cataluña. Las colas resultaron kilométricas, e interminables las horas de espera para depositar el anhelo desmembrador en forma de papeleta dentro de una libertadora urna. Después, todos regresaron emocionados a sus casas dando pequeños saltitos —que eran, en realidad, pasos de sardana— y, al llegar, abrazaron fuertemente contra su pecho un retrato de Santiago Espot mientras se disponían a aguardar la inminente proclamación de la República Catalana desde algún balcón institucional.

Las cifras no pueden ser más elocuentes, 86 de cada 100 mayores de 16 años (inmigrantes ilegales incluidos) pasaron cantidad de ir a votar por considerar, quizás, que tienen otras prioridades en sus vidas. Y de entre quienes se acercaron a las mesas, el 7,5% eligió la continuación del orden constitucional vigente. Y es que, al igual que en las anteriores tandas de pseudoreferéndums, quedó demostrado lo que tanto tiempo llevan repitiendo los separatistas de forma rotunda, inapelable: que la población de Cataluña ansiamos mayoritariamente la independencia, ¡claro que sí!

Ahora, una vez apagados los focos y barridos los restos del aquelarre, flotan dos preguntas en el aire: ¿con qué dinero se está pagando todo esto? ¿Por qué se les permite utilizar indebidamente los censos oficiales, con los que podrían estar confeccionándose una lista negra de desafectos a la causa?

31 de mayo de 2010

De Manolita a Joan

El Teatro Chino de Manolita Chen fue un famosísimo espectáculo de variedades que encontró acomodo durante el Franquismo y hasta bien entrada la Transición, e inundó de alegría la geografía española. En un trayecto largo por carretera, resultaba del todo imposible no toparse con pueblos y capitales de provincia jalonados con carteles anunciadores de su próximo paso por el lugar, del feliz acontecimiento de su visita. No había feria que se preciase que no albergara su carpa. En lugar preferente además, entre la noria y la tómbola. Sus funciones, mezcla de circo y cabaré ambulante, combinaban géneros tan dispares como la copla, la magia o las acrobacias, sin escatimar el picante aderezo de algún número considerado -para la época- transgresor.

Ya de mayor, supe que la tal Manolita no era otra que un célebre transexual galardonado con cierta vena artística. O sea, de nombre y género tan falsos como la simulada caligrafía asiática de sus rótulos. Aunque china sí era, sí; de la Pekín de Cádiz, para más señas.

Hoy compruebo con júbilo cómo el espíritu de aquello pervive con admirable energía. Sólo que, en nueva prestidigitación de su sexo, Manolita ya no es Manolita y ahora se hace llamar Joan. Joan Puigcercós, Joan Tardà, Joan Laporta, Joan Carretero, Joan Ridao... Pero continúa como siempre, paseando su teatrillo portátil por doquier para deleite popular. La localidad agraciada este domingo ha sido, nada menos, que Sabadell, otrora conocida por sus tejidos, desde ahora también por sus atracciones. Y es que Joan Chen, con un censo mangado y varias urnas indebidamente utilizadas, les ha montado una representación de lo más entretenida. Las cifras de la taquilla cantan: un entusiasta 13% de ciento setenta mil habitantes ha asistido. No se trata, la verdad sea dicha, de un éxito tan rotundo como el obtenido en el debut, en Arenys de Munt, donde se sobrepasó el 40%. Pero encontraríamos injusto que, aun así, el subvencionado productor teatral se quejase.

El programa, el de siempre: al númerito de la democracia travestida, le han seguido el del niño votante y la muy aplaudida actuación del inmigrante ilegal que, sin siquiera entender nuestro idioma, sabe decidir nuestro futuro. Aunque el artista más esperado fue, sin duda, el ilusionista, capaz de hacer aparecer de la nada un carné de los Països Catalans y colarlo como auténtico para identificarse. No cabe duda, la calidad del entretenimiento sigue siendo la misma que hace cinco décadas.

La prensa ha tomado buena nota de todo y ya se publicita que la gira continuará por el resto de la región catalana. Y el público, el público regresó satisfecho a sus casas, que es lo importante.