Anteayer, 14 de abril, Artur Mas padeció su primera gran manifestación como presidente de la taifa. Lo de padecer es un decir, porque quienes padecemos somos los demás desde que ha recortado los gastos en sanidad. Y por ello el jueves protestaron esas diez mil personas ante el Palacio de la Generalidad.

«Construcción nacional» antes que cirugía de cadera. Embajadores de pacotilla antes que enfermeras. Catalunya Ràdio antes que camas hospitalarias. TV3 antes que vendas, aunque necesitemos las vendas urgentemente para no ver TV3. La “nación” por encima del bienestar y la salud de los ciudadanos. Totalitarismo en vena.
Y mientras, los enfermos en casa, apuntados en kilométricas listas de espera, aguantando como pueden. Y pendientes de no descuidarse cuando por fin les toque operarse, no sea que vayan a dormirles con canciones de Lluís Llach para ahorrar en anestesia.
Y los políticos... los políticos, ahí, debatiendo sobre la secesión en el Parlamento autonómico. Los altavoces del sultán, celebrando como un éxito el mamarrachento referéndum del 10 de abril. Y los niños, sin poder escolarizarse en español todavía, a pesar de las sentencias del Tribunal Constitucional, del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y del Tribunal Supremo. Y Rodríguez Zapatero aplaudiendo el espectáculo. Y Rajoy Brey aplaudiendo también porque sabe que necesitará a CiU para gobernar lo que queda de España.
Después de todo esto, aún hay incautos que creen que con la independencia viviríamos mejor en Cataluña. Son los que están casados con el fanatismo etnicista y le han prometido fidelidad en el dolor y en la enfermedad. Pues bien, la enfermedad y el dolor ya han llegado de la mano de Artur Mas. A esos engañados es fácil reconocerles: acuden a manifestaciones separatistas con una estrella en una bandera, cuando sus caciques prefieren llevarla en el morro de un Mercedes y alojarse en hoteles de cinco estrellas.
Con la independencia quienes vivirían mejor serían los de siempre. Laporta se ducharía con champán francés en las discotecas más a menudo, en los bancos de Liechtenstein habría más dinero y el ático que se ha comprado Carod-Rovira sería todavía mejor. En el mismo sitio, sí, porque ya un barrio más caro no lo hay en Tarragona. Pero hablamos de un piso con más metros cuadrados, con más habitaciones, con más terrazas, con más soláriums. Uno tan amplio que casi llegara hasta Perpiñán y donde, para pactar con Josu Ternera, sólo hubiera que abrir la ventana de la salita de estar.
Es el gran timo del nacionalismo catalán. Un colosal fraude. Más grande que el más grande hospital.