Ingenioso, divertido, incisivo, mordaz. ¡Magistral! Desde el Diari de Girona, Albert Soler ha vuelto a hacerlo y nos regala otra magnífica columna, titulada: «Quart nadal a la presó, Jesús es nat». Publicada hoy, día 27 de noviembre de 2020, y cuya traducción desde el catalán queda así:
«Se acerca la Navidad y con esta los buenos deseos, así que ya nos están recordando que hay presos que hará cuatro años que no pasan estas fiestas en casa. Nada nuevo. El año pasado nos decían que hace tres Navidades que no están en casa, y el anterior, que parece mentira que tengan que pasar otra Navidad lejos de los suyos, que ya van dos. El año que viene, si Dios quiere, nos dirán que es injusto que pasen por quinta vez Navidad lejos de la familia. Etcétera.»Cualquiera diría que son los únicos presos que celebran la Navidad entre rejas. De hecho, es donde están más seguros hoy en día, con todo esto del coronavirus. Desde el momento en que los encuentros familiares se han convertido en el foco de infección más probable, poder celebrar el cumpleaños del Señor con compañeros de celda que han pasado todas las pruebas de PCR debería ser una bendición, no sé por qué lo toman como un castigo. Además, en las cárceles ni siquiera se fuma, con lo cual no les puede pasar lo que me pasa a mí cada vez que voy a la cena de Navidad en casa de la familia de mi señora y me toca entre dos fumadores de cigarro. Me cambiaría el lugar por Junqueras o Romeva, si pudiera, y perdón que no mencione a los demás, pero es que ya no recuerdo el nombre. Aleluya.»Creo que el problema de nuestros presos, y digo nuestros porque nos los repiten tanto que ya parecen de la familia, es que no entienden el significado de la Navidad. Se le toman como una fiesta, como una ocasión para beber y comer sin freno como si no hubiera un mañana, excepto Junqueras, que según se deduce de su aspecto lo hace cada día sin necesidad de una Navidad en el calendario. No es eso. La Navidad, y el cura de la prisión se lo podría explicar, es una celebración interior, y en ningún lugar mejor que en una celda para vivirla místicamente. Ni san Juan de la Cruz ni santa Teresa de Jesús contactaron con Nuestro Señor bebiendo cava y comiendo turrones con la familia, ni cantando villancicos con parientes insoportables, sino que llegaron a la Gracia divina gracias a la soledad y el estoicismo, una oportunidad que la justicia ha ofrecido gratuitamente a nuestros presos y que estos deberían valorar. En lugar de lamentarse, deberían pensar en cómo son afortunados, cuando hay gente que paga por recluirse unos días en la celda de un monasterio y ellos ya llevan tres años haciéndolo a cargo de los presupuestos. La noche del 24 de diciembre no deben pensar sólo en el encuentro familiar que se ahorran, deben mirar aquella estrella en el cielo y tener presente que su sacrificio no ha sido en vano: en Waterloo los hay que viven a cuerpo de rey gracias a ellos. Te damos gracias, Señor».
«Los catalanes que reclaman para los presos —para algunos presos, no para todos— la libertad, aunque sea disfrazada de tercer grado, los están abocando al infierno. Es en prisión, entre rejas y con un menú sin alcohol, donde pueden reflexionar, entender qué han hecho mal en la vida. Cuando se repitan a sí mismos «lo volveremos a hacer», deben saber que cada año, cada día, queda menos gente que sepa a qué demonios se refieren, ya casi nadie recuerda qué hicieron y, lo que es peor, a nadie le importa. Acostumbrados a ser obedecidos sin protestar y a tenerlo todo, tener que obedecer sin protestar y valorar como un regalo del cielo un rato de más en el patio de la prisión, debe ser como encontrarse de golpe en el paraíso. Dejadlos disfrutar. Amén».